domingo, diciembre 18, 2011

Cohecho Impropio

Una de las cosas que me han venido llamando la atención sobre el juicio por cohecho impropio que se está llevando a cabo en Valencia contra Francisco Camps y Ricardo Costa es el desprecio con el que se ha venido hablando de este tipo delictivo. Por las declaraciones que se han ido sucediendo de algunos políticos, periodistas y, en general, por una parte de la opinión pública, parece como si ese comportamiento no tuviera la más mínima importancia.

No voy a entrar en si Ricardo Costa o Francisco Camps son culpables o no de las acusaciones a las que tienen que hacer frente en el juzgado durante estos días. Para eso ya está el jurado. Pero independientemente de cual sea el resultado final, este tema me está dejando cierto regusto a decepción por la oportunidad perdida de haber abierto un debate sobre uno de los peores males que hemos venido padeciendo en la vida pública de este país desde tiempos inmemoriales.

Ese mal tiene un nombre: Caciquismo. Sí, es cierto que estamos hablando en este caso de un caciquismo "suave" pero lo cierto es que este cáncer de la vida pública se ha visto como algo normal cuando en realidad es una aberración que convierte derechos públicos en graciosas concesiones por parte del funcionario público o del señorito de turno. En realidad esto no es más que otra forma de corrupción, sin duda, al menos para mí, una de las peores.

Supongo que habrá quien piense que este es un hábito anacrónico que hoy en día tiene poca presencia en la vida de este país. Si es así, está equivocado. Se sigue produciendo y supongo que más de un lector habrá sido testigo de manera más o menos directa de "regalos" hechos a funcionarios públicos o a personas con influencia dentro de la administración en "consideración" a su cargo.  Regalos que son más bien actos de vasallaje para conseguir algún tipo de beneficio, sea éste legítimo o no.

Esta manera de clientelismo convierte al servidor público en señor y dueño de algo que no le pertenece, que son los recursos públicos que tiene que administrar. Además transforma al ciudadano en un vasallo que tiene que humillarse para, bien obtener aquello que en derecho le corresponde, bien conseguir tener una oportunidad de que se le conceda algún beneficio al que no tendría posibilidad de acceder por que, con la ley en la mano, no cumple con los requisitos para tenerlo.

Esta forma de caciquismo ha convertido a poderosos en más poderosos y a los débiles en más débiles. Ha sido una de las causas que han ensanchando las diferencias sociales en esta país desde antiguo de manera alarmante e injusta. Una lacra contra la que habría que luchar con todas las fuerzas exigiendo un comportamiento impecable a todos los servidores públicos, sean estos cargos electos o funcionarios de carrera. Por eso el cohecho impropio es un comportamiento tan grave independientemente del valor del obsequio del que se esté hablando.

Todos debemos ser conscientes de que cualquier acto de la administración viene de la ley, que es igual para todos, no de la voluntad y la amistad con la persona que tiene que la responsabilidad de autorizar dicha actuación. Eso es lo verdaderamente importante y lo que se tenía que haber puesto encima de la mesa y no un debate absurdo sobre si el señor Camps (inocente hasta que un tribunal diga lo contrario), era tan estúpido como para dejarse comprar de manera tan fácil.

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